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viernes, 24 de diciembre de 2010
LA NOCHE DE LOS DESPERDICIOS
Desde pequeño aprendí a formar mi imagen de la Navidad, no
solo como la noche en que se celebra el nacimiento de Jesús, sino
como el día mágico en que todos los niños de mi barrio salíamos
por la mañana a exhibir nuestros juguetes y ver cuál era el mejor
de todos.
La Navidad era el motivo para muchas otras cosas y la
fundamental, sería para que la mayor parte de la familia, estuviera
donde estuviera, se reuniera aquella noche para compartir la cena,
ese es el motivo de análisis de este artículo.
Con el paso de los años entendí mejor esta necesidad. Para
aquellas fechas estuve varias veces muy lejos de mi tierra y he
tenido que desplazarme más de 6000 kilómetros, viajaren trenes,
autos, ómnibus, aviones, para llegar precisamente esa noche a
compartir con la familia. A veces lo lograba, otras las he pasado
solo en ciudades de países lejanos.
Más adelante conocí algunas personas de otras religiones que
no celebrarán lo Navidad y todo lo contrario consideraban que esa
fiesta era una herejía. Buscando información encontré que el 24
de diciembre era una fecha arbitraria que se había elegido entre
otras 2 más que pedían haber sido marzo o abril. A partir del siglo
IV, fecha de la declinación del imperio romano, estos tenían al
cristianismo como religión oficial y celebraban el 24 de diciembre
el solsticio de invierno, que es la fecha que marca el final de la
noche más larga del año, triunfa la luz, y comienza a hacerse más
corta la noche y más largo los días. De manera que hicieron
coincidir la fecha con la del nacimiento del hijo de Dios.
La imagen de la Navidad se globalizó y se comercializó muy
temprano. Un árbol más europeo que latinoamericano invadió
nuestros hogares, una nieve de algodón que muchos han visto nada
más que en fotos, adornó nuestro árbol y un personaje gordo, de
vestimenta roja y barba blanca reemplazó al pesebre de
nacimiento. Y esta hora de reflexión, sobre el nacimiento de un
hombre que fue el más extraordinario de todos por las enseñanzas
que nos dejó, se transformo para medios en una fiesta equivocada
derroche de dinero, de luces, de bullicio y un olvidarse de lo que
representa Jesús para nuestra vidas.
Pero la sensación más decepcionante que he tenido siempre
sobre la Navidad era cuando me levantaba temprano el 25 y venía
la mesa donde se había cenado la noche anterior. Tenía la
impresión que había sido una noche de desperdicios al ver restos
de alimentos y bebidas esparcidos por toda la mesa. Esta estampa
se ha venido repitiendo con los años y la he observado en muchos
hogares de diversas condiciones económicas.
Sabemos que cada hogar es distinto en la preparación de su
cena de Navidad. Desde las muy abundantes hasta la cena de los
hogares más pobres, siempre habrá un mayor o menor despilfarro
de alimentos, por la simple razón de que para esa noche, en el
hogar promedio, la mesa suele ser abundante de panteones,
empanadas, panes especiales, tamales, pavo o pollo, ensalada de
frutas, frutas secas, café, vino, champagne, cerveza y el clásico
chocolate caliente, todo rico en calorías, para una noche y una
hora en la que apenas hay ganas de ingerir todo eso.
Llegada a las 12 de la noche o antes de esa hora, nadie sabe por
donde empezar a consumir lo que se ha puesto en In mesa, nunca
en ninguna fecha del año se nos ofrecía tantas cosas en la hora
más inadecuada para el apetito, la medianoche.
Cuando la mesa es abundante para la cantidad de personas
que comparten la cena y existe más de los que se pueda consumir,
es casi una ofensa para los que tiene poco o no tienen casi nada.
Total la abundancia fue siempre mala consejera.
Vivimos tiempos distintos, «épocas de crisis», tal vez muchas
generaciones vengan siempre repitiendo lo mismo, como un disco
rayado. Pero basta con salir a las calles y ver como las cantinas
están llenas de parroquianos para saber que todavía no
entendemos (más aún en Navidad) hasta que punto somos un
país pobre y subdesarrollado frente a otros. No les falta mucho
para aprender a vivir en la pobreza.
Ojala que esta cena de Navidad sea (o haya sido) tan humilde
y pobre como el pesebre o la vida que llevó Jesús. Y cuando
recordemos su nacimiento o su muerte que siga como ejemplo de
nuestras vidas un acto de amor y cariño.
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